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Tradicionalmente, en sociedades que no son las actuales, el hombre estaba educado para tareas como defender, pelear o ganar dinero y la mujer tenía que estar en casa y cuidando de la familia. Esto, en determinados momentos de la historia, tiene su razón de ser, porque había que especializar a una parte de la sociedad, pero ya no se corresponde con estos tiempos, la vida ahora es muy diferente y ya no tiene sentido esta división del trabajo.
Puede ser entretenido ver lo que otros proponen, pero no está exento de riesgos. Si se nos va la mano podemos caer en la megalomanía, convertirse en personas que viven en un mundo exagerado con fantasías delirantes de éxito, belleza, influencia o poder.
La depresión y la ansiedad acechan detrás de las personas que desconectadas de sí mismas persiguen modelos exigentes que no les hacen felices. Hoy sabemos que la humildad es una fortaleza: nos sentimos mejor si no necesitamos buscar la atención de los demás, ni estar mostrando los logros para ser admirados o respetados. La modestia, no es una debilidad sino el pasaporte a la serenidad y una ventana abierta hacia la auténtica conexión con uno mismo.
Lo que aparentamos viene marcado por los estereotipos sociales que definen lo que "se lleva" cada temporada en el mundo de las apariencias. Fugarse de la realidad es la estrategia de afrontamiento de estos tres 'aparentones':

Los patitos feos: aparentar para gustar (narcisismo)
Los pavos reales: aparentar para impresionar (vanidad)
Los gallos de pelea: aparentar para dominar (soberbia)

No vamos a gustar al 15% de las personas que nos encontremos en esta vida, hagamos lo que hagamos, así que mejor no perder el tiempo en convencerlos.
Todos tenemos un yo personal, privado, que define nuestra identidad y un yo social, el traje con el que nos presentamos en el mundo. El problema surge cuando se produce una modificación del concepto de uno mismo en respuesta a las expectativas sociales, en definitiva, ¡perdemos la propia identidad!.