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El hipocampo es el que realiza la edición de la película de nuestra vida, ya que fragmenta las experiencias continuas que vivimos cada día y selecciona los extractos de esas experiencias con las que formar los recuerdos.
La selección que realiza el hipocampo de los diferentes momentos de una vivencia no tiene en cuenta la secuencia de la realidad tal como se desarrolla, sino que impone su propia secuencia de imágenes y parte la película de nuestra vida por donde más le conviene, para fabricar los recuerdos que vamos a conservar de toda esa vivencia.
El hipocampo selecciona las experiencias cotidianas que deben ser archivadas en la memoria a largo plazo para convertirlas en recuerdos.
Cualquier proceso que requiera quedar grabado en la memoria de largo plazo tendrá mayores probabilidades de éxito si logramos asociarlo a emociones.
Todo aquello que no nos deja una huella emocional difícilmente será recordado.

Leer un libro de un tirón a veces supone olvidarlo antes porque solo está funcionando la memoria de trabajo, no hay repaso.

Conservamos recuerdos de la sensación física de leer, pero menos de lo que se ha leído.
No solo vivimos el tiempo, también lo recordamos.
Si nos aburrimos, puede que el tiempo transcurrido nos parezca más largo mientras lo estamos viviendo, pero lo recordaremos mucho más corto, ya que no habrá nada que recordar.
Recordamos momentos, no días.
Crear nuevos recuerdos es crear tiempo.
Cuando hay menos novedad y menos emoción, los recuerdos acaban concentrándose y fundiéndose. 
Recordamos mejor todo lo que nos emociona, sea bueno o malo.