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Implicar a los alumnos como una parte de un juego aumenta su motivación y mejora su capacidad de atención. Al contrario de los métodos tradicionales (exposiciones, preguntas, dictados), el estudiante no se trata como un factor pasivo o puramente reactivo. Recompensas y logros (superar cierto nivel del juego) son ciertas formas de gamificar una actividad.
Con el uso del espacio del patio, las niñas interiorizan como una transgresión entrar al espacio donde se está jugando al fútbol, y si reciben un pelotazo, es su culpa por haber ido hasta allí. Se ve, además, normal, que la ocupación del espacio sea de dominio estrictamente masculino y que las mujeres se queden en los espacios marginales.
Antes había muchos juegos de niñas: el corro de la patata, la comba, la rayuela…, y ahora en los patios hay muchas niñas que no están jugando a nada, que no tienen donde hacerlo. Aunque pueda parecer baladí, las niñas están aprendiendo «que el espacio no es suyo, que no son las protagonistas del mismo y que tienen que dejarlo a ellos porque lo que hacen no tiene valor para la escuela y de sus juegos no habla nadie.
El Ayuntamiento de Madrid, propone como el «patio ideal» aquel que cuenta con tres zonas diferenciadas. La primera, es la zona tranquila para actividades de baja intensidad (puede tener huerto o jardín, zona de picnic, un arenero o aula exterior), otra zona semi-activa donde saltar, hacer equilibrios o bailar (para juegos libres o expresiones artísticas, con sombra, vegetación y juegos libres como columpios) y finalmente una zona activa donde desarrollar deportes reglados (con zona de precalentamiento, deportiva y rocódromo).
Tradicionalmente, en sociedades que no son las actuales, el hombre estaba educado para tareas como defender, pelear o ganar dinero y la mujer tenía que estar en casa y cuidando de la familia. Esto, en determinados momentos de la historia, tiene su razón de ser, porque había que especializar a una parte de la sociedad, pero ya no se corresponde con estos tiempos, la vida ahora es muy diferente y ya no tiene sentido esta división del trabajo.
Hoy en día la gente pasa tanto tiempo en redes sociales que su capacidad para prestar atención a textos y música se ve reducida drásticamente por su costumbre de saltar de titular en titular, de tuit en tuit o de publicación en publicación. Un gusto por lo corto y breve que encaja mucho con la filosofía de la poesía.
Los españoles son los mejores en recordar hechos, cifras… pero flojean en el pensamiento creativo, en resolver problemas o en aplicar conocimientos a situaciones nuevas.
Los estudiantes son buenos en cosas que resultan cada vez menos relevantes en nuestra sociedad, por ejemplo, la reproducción de contenidos memorísticos, que es lo más fácil de automatizar. Son más débiles a la hora de resolver problemas o de enfrentarse a procesos complejos de pensamiento, que exigen extrapolar o aplicar tu conocimiento a una situación no conocida.
Los trastornos más habituales en adolescentes pueden ir desde la depresión, la ansiedad, trastornos de la alimentación -anorexia, bulimia o trastorno por atracón-, adicciones -no necesariamente el alcohol o las drogas, sino dependencia de las nuevas tecnologías o de los videojuegos-, hasta otros trastornos que pueden pasar desapercibidos al considerar sus síntomas propios de la adolescencia. Estos pueden ser un trastorno disocial de la personalidad que les haga antisociales y violentos, fobia social o incluso un trastorno adaptativo al entorno que cause estrés -cambio de escuela, separación de los padres o mudarse a un sitio nuevo, por ejemplo-.
La mitad de los trastornos mentales se desarrollan antes de los 14 años y la cifra aumenta hasta el 75% antes de los 18, según recuerda Salud Mental España. Se calcula además que las personas de entre 15 y 29 años han sufrido algún tipo de problema de salud mental, siendo el suicidio la segunda causa de mortalidad entre ellos.
Los trastornos mentales están presentes en el 20% de los niños y adolescentes de todo el mundo y suponen la principal causa de discapacidad en la población joven, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)
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